Nota para mí.

caleidoscopio.



Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,
y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Petrarca.

viernes

Imagen


Puedo succionar
la debilidad de las
flores,
el espacio de la gota.
Ido. Todo ido.
La ausencia de un robo.
Hurto a la vida;
lo que ésta me roba.

*


André Bretón dice: "sobre el puente se balanceaba el rocío con cabeza de gata.


lunes

Donante

El tiempo que parece uno, trenzándose en la forma de un recuerdo único.
¿Qué se queda en mí? ¿Qué vivirá y morirá conmigo?
Me hará ser la única sombra sobre el suelo, el único aroma desprendido de mi cuello. ¿Cómo debo distinguirme? ¿Debo, acaso?
Dos, tres, treinta, cien tiempos de mi vida, prolíficos y extremos, y todos pareciendo uno; se omiten, se recrean. Parezco una historieta de revista de corazón. Recuerdos, sucesos, a no tomar en serio. Siento que los tiempos de mi vida son una pelota que flota en el agua sobre la que yo intento incesablemente mantener el equilibrio. No puede ser. Tragar tanta agua a la vez. Tengo el mundo muy adentro, y peleamos juntos por ver quién se alimentará de quién.
No se trata de tristeza. A veces ni siquiera me instalo en la melancolía. Sólo me separo, me lleno de esquinas, y provoco una suerte de comienzo cada vez. Pero no me quedan nombres para más calles, ni tengo caras desconocidas con que llenarlas. Reconstruír la mía cada mañana ya se me antoja una guerra púnica. Siempre contra algo que no existe o algo que mana de mí (sinónimo de la inexistencia en sí).
Debo, debo, debo. Entonces bebo. y fumo. Y lo ignoro todo, porque todo penetra en mi retina sin dejar espacio para nada más. Qué irónico. Cansada de ver que no veo nada.

*

martes

1

La danza anual
de la sexualidad de las
flores.
Y yo tan serena,
como si su fuerza
emergiese de mí.
Devotas de la luz
se fugan con la tristeza
y vuelven a embarazar
el suelo sobrio
y seco
de donde sacan la vida
de piedra y hoja
y se plantan ahí
a ser espectadoras
de su exposición.
Y yo tan fatua
que parece que me desenrede
como un nudo de piel
muerta,
mientras el mundo
canta y baila
y pregona
la llegada de la luz,
el final de la uña
del monstruo.
Y yo me siento a ver
lo que me pertenece
pero no es mío,
y regalo una semilla,
un hueso azulado,
y me devuelven
el ruido del mundo,
que similar a un
barco de vapor
traga y vomita,
y lo ensucia todo.
Pero ellas seguirán
muriendo de aburrimiento
y viviendo de luz,
dejándome verlas
cuando creo que ya
no hay nada
que pueda abastecerse
del suelo que piso
sin tener la cara
de cualquier
ángel caído.


*


Foto tomada por mí, en el barrio chino de Manchester.

viernes

Eme

Me encuentro varada entre dos mares de aguas distintas.
Uno de ellos me ahoga sin remedio, el otro me priva de la inmersión completa.
Qué hacer sobre la arena mojada.
"Agridulzura"
Puedo describir el sol desde mi posición,
no me golpea,
sólo me aterciopela la piel,
el brillo sobre mi estandarte lo aporta él,
yo zozobro entre sus claros.
Crecen flores de polvo ocre,
parecen enormes jarrones evanescentes,
semiextintos.
Hacen como yo;
una vida a medias,
un torrente de intermitencias.
Yo en la orilla eterna
pido la guillotina del silencio;
la tierra me grita pero yo oigo a los peces.
Veo andar sobre la unión de mis dos mares
al rey que siempre pesca
semillas yermas.
Conozco el secreto de su espera,
de su latencia adormecida y cabizbaja.
Recojo caracolas y canto a los piratas tristes,
enamorados de lo ebrio
y como yo, abstemios de la realidad impoluta
que se asimila deliberadamente
en la calada de un cigarrillo.
Se abre el mundo como una mujer de parto,
y salen cerdos.
No puedo divisar la luna;
lame la espalda de fuego
y se derrite como un terrón de azúcar
en un jarro de agua caliente.
Ella, como yo,
quiere unirse,
dejar de lado la unidad que la desmorona.
Diluirse parece un trono desocupado,
una cama vacía;
ser lo que se respira.
Me lanzo.
A dónde.
Morir de agua o morir de aire.
He robado un momento;
miré una mirada que no era mía.
Ví la respuesta a ella.
Me diluí en el centro de lo que no me pertenece.
Me sentí pura y vidente,
mis brazos se alargaban y yo lo recibía todo.
Ví la creación del mundo en un estado de exención.
Una risa que no habla
y que encuentra voces pétreas
para golpear al mundo.
Eso es todo,
un éter inoloro,
inodoro,
insípido
que me da la vida.

*


lunes

Key Words Palabras Clave

All along my sticky life I may have had around thirty-five thousand seven hundred and eighty-two dislocated ideas in my mind. The worst one was not taking that huge and deep stripped mug with me the day I made my getaway to the coldest small town of the world, Omiakón, Siberia. If I would have been a reasonable sixteen-year-old girl, I would have said that the worst idea I ever had was actually leaving my home, young as I am, to live in the coldest settlement in the world with not even the company of a guardian dog, or a dirty cage full of mice. Reasonable is nothing due to the existence of disagreement. I put every single thing I found essentially important inside my old leather bag, but the mug.
I didn’t leave any message, any tip of my future whereabouts. The only sign of my existence I left in that house was-apart from my sudden and noisy absence- a deep and exhaustive cleaning of the kitchen floor.

I took the rubbish out.

My mother was born in the month of the flowers-May-, and she misunderstood the concept of happiness since the origins. Surrounded by drunk assholes, and owning her own life to two of them, she fell into the hole of conformism even before having acquired a proper vocabulary and a couple of essential definitions that could have made her life noticeably different, if not completely opposed to her current one.
The only thing I know about my father came out from the lips of my grandmother: “scoundrel”.
Every time she mentioned him, her eyes turned glassy and her arms squeezed me tenderly, but to death.
He just vanished when I first opened my eyes, naked, wrinkled and incomplete. I have lived with his vanishment all my life, so I didn’t really care. He only disappeared for my mother and for grandma’s eyes, he wasn’t there when mine began to receive the stimulus of the world. It is quiet easy; if you never had something, that something is absolutely exempt of disappearing, I could only feel sorry for the other eyes.
After all, the worst pig in the world filled his empty place. I felt sorry about that as well. That individual fermented a repulsive attraction for fury; he was made of it, and had the bloody ability of staining every single thing his hands touched.

I had to take the rubbish out.

I got on four different buses, two trains and six unknown cars to get to Omiakón. I spent weeks on the way, weeks looking at my open and empty hands. I had the feeling they were changing in size and shape. Taking the rubbish out was a hard task.
When I got to Omiakón, I began to work part-time in the only local tavern, six kilometers far from my hug, where I live with a young single woman and her son. Her husband also suffered from vanishment, but hopefully no rubbish had to be taken out in this place. This is how the universe unfolds. Something I will name “destiny”, not because I necessarily believe in the conventional concept of this word, but because I have no other name for this board game that conforms my life. Besides, people understand me when I use it. I can say it performs a referential function. How silly. How satirical.

I hated the sound of a desperate cry in the middle of the night, the sound of glass crashing against the corners of my childhood’s house. I felt the cracks spreading along the walls, gently. My blood pressure; as audible as the sound of a violin.

I am sixteen years-old, I live in the coldest small town in the world. I guess I like the metallic feeling of the cold’s knives gliding out through my nose-trills. Here there is no sound, the cold silences the cracks.

I am sixteen years-old and I have plenty of words in my vocabulary. Sixteen years-old; a woman. I finished my work; I took the rubbish out. There are no cracks in my childhood’s house anymore.
I am a woman, I learnt how to kill a mockingbird, but I killed a vulture.



After a couple of years I wrote my mother. I didn’t sign the letter. Hopefully there is no need to sign anything. I wrote “A child had learnt the definition of the word “woman”. Drink the liquor of your freedom from a huge, deep, stripped mug.”


*

A lo largo de mi pegajosa vida, puedo haber tenido alrededor de unas treinta y cinco mil setecientas ochenta y dos dislocadas ideas en la cabeza. La peor de ellas fue no llevarme conmigo aquella enorme y profunda taza a rallas el día de mi huida hacia la aldea mas fría del mundo; Omiakón, Siberia. Si hubiera sido una chica de dieciséis años razonable, diría que la peor idea que nunca tuve fue de hecho la de abandonar mi hogar, joven como soy, para vivir en el asentamiento más frío del mundo sin tan si quiera la compañía de un perro guardián o una sucia jaula llena de ratones. Nada puede ser exactamente razonable debido a la existencia del desacuerdo. Metí cada cosa que encontraba esencialmente importante dentro de mi vieja mochila de cuero, a excepción de la taza.
No dejé mensaje alguno, ninguna pista acerca de mi futuro paradero. La única señal de mi existencia que dejé en aquella casa fue-aparte de mi repentina y ruidosa ausencia- una profunda y exhaustiva limpieza del suelo de la cocina.

Saqué la basura a la calle.

Mi madre nació en el mes de las flores-mayo-, y malentendió el concepto de felicidad desde los orígenes. Rodeada de capullos borrachos, y debiendo su propia vida a dos de ellos, calló en el foso del conformismo antes incluso de haber adquirido un vocabulario apropiado y un par de definiciones esenciales que podrían haber hecho su vida notablemente diferente, si no completamente opuesta a su actual.
Lo único que sé de mi padre salió de los labios de mi abuela: "desalmado". He vivido con su evanescencia durante toda mi vida, por lo que nunca me importó realmente. Él tan sólo desapareció ante los ojos de mi madre y de la abuela, no estaba allí cuando los míos comenzaron a recibir los estímulos del mundo. Es bastante fácil; si hay una cosa que nunca has tenido, esa cosa está absolutamente exenta de desaparecer. Yo sólo lo sentía por los ojos de los demás.
Después de todo, el peor cerdo del mundo llenó su vacío. Eso también lo sentí mucho. Aquél individuo fermentaba una repulsiva atracción por la furia; estaba hecho de furia, y tenía la maldita habilidad de manchar todo aquello donde sus manos se posaran.

Tenía que sacar la basura a la calle.

Me monté en cuatro autobuses diferentes, dos trenes y seis coches desconocidos para llegar a Omiakón. Pasé semanas en el camino, semanas mirando mis manos abiertas y vacías. Tenía la sensación de que cambiaban en forma y tamaño. Sacar la basura a la calle era cosa dura.
Cuando llegué a Omiakón comencé a trabajar a media jornada en la única taberna local, a seis kilómetros de distancia de mi cabaña, donde vivía con una mujer joven y soltera y su hijo. Su marido también sufrió de evanescencia, sólo que afortunadamente no había basura alguna que sacar en este lugar. 
Así es como el universo se organiza. Algo que llamaré "destino", no porque crea necesariamente en el concepto convencional de la palabra en sí, si no por que no tengo otro nombre para este juego de mesa que conforma mi vida. Además, la gente me entiende cuando lo llamo así. Podría decir que hace las veces de función referencial. Qué estúpido. Qué satírico.

Odiaba el sonido del llanto desesperado en medio de la noche, el sonido del cristal reventando contra las esquinas de la casa de mi infancia. Sentía las grietas esparcirse a lo largo de las paredes, lentamente. Mi presión sanguínea; tan audible como el sonido de un violín.

Tengo dieciséis años, vivo en la aldea más fría del mundo. Supongo que me gusta la sensación metálica de los cuchillos del frío deslizándose a través de mis fosas nasales. Aquí no hay sonido, el frío silencia las grietas.

Tengo dieciséis años y tengo una gran cantidad de palabras en mi vocabulario. Dieciséis años; una mujer. Terminé mi trabajo; saqué la basura a la calle. Ya no hay grietas en la casa de mi infancia.
Soy una mujer, aprendí a matar a un ruiseñor, pero maté a un buitre.


Después de un par de años escribí a mi madre. No firmé la carta. Afortunadamente no hay necesidad de firmar nada. Escribí: "Una niña ha aprendido la definición de la palabra "mujer". Bebe el licor de tu libertad de una enorme y profunda taza a rallas."


*



miércoles

Dotación

¿Lo notas?
El sueño
Una vida estepeña
huraña.
Engaña.
¿No crees?
Soy niña
fina línea.
Me acabo.

Crecí.

*


martes

Distopía o desasosiego.

A duras penas la corrosión del tiempo.
Una vida hecha de piel y sangre,
una sucesión de latidos.
Espero con paciencia quebrada
la simbología de un sol
que me recuerda que muero;
si el fuego viene yo me fundo en él,
si el agua me sepulta, la dejo entrar.
Soy el tipo de muerte que se me establezca.
Soy tanto como una caída libre; la vida
dura un grito, un susto y un golpe.
Follaje del asfalto, la paz de un ciclón.

La música está conmigo suspendida
en el viento, me soporta a flote asiéndome
por dos ojales de polvo que descubrí
servían para la anestesia.
Anestesia, nombre melancólico para
una mujer baldía. No hallo semillas,
busco mi cuerpo y hallo huesos,
prendas entristecidas a la merced de un calendario
de agujeros yermos.
Cómo temblaban sus labios cuando supo que podía
elegir sus puertas.
Maldito letargo largo y ruidoso.
Cuando cumplí quince años desarrollé
el pavor al silencio,
al ataúd de la mente.
Temí la desgracia en la palabra rota.
Cápsulas vacías y altamente
contaminantes.
El ejercicio no salva,
la profesión desgasta,
los ideales metamorfosean.
Aquél que diga ser fiel a algo
lo es sólo a la conciencia del cambio.
No pueden alimentarse de una esencia fija
en la edad dorada
de los bailes de máscara.

Cómo arden en su fuego,
mueren sin yo atisbar quienes son ellos.

Sólo huelo su marcha 
y oigo su caída ruidosa
como las rocas de
Europa del Este.

Ésta tiranía...
esta corriente,
esta estela.

Yo no sé quiénes son ellos.
Ellos no saben que yo
siempre estoy conmigo.
Me miro al espejo y descubro
un mar de sal.
Las lágrimas en la lengua,
ya saben que saben a blancura.
Dichoso color que me maltrata
y nunca, nunca
me deja sola
conmigo y con todas las que soy.
Tengo una voz hecha de ecos
una armonía destructiva,
mis voces nunca están de acuerdo,
se muerden
se corrompen.
Duermen abrazadas en la soledad
de la noche.

¿Es ése el mecanismo?
¿Así flotan los cuerpos en el río?
La soledad sorda,
la soledad sonora,
la soledad socavada,
soledad, soledad soñada...

Hay un colosal muro sobre los
cimientos del tálamo del mundo.
En él hay escritos dos futíles
reproches
con caligrafía de infante
y lectura de anciano.
La desertora esbozó uno; para qué 
tanta vida.
Alguien transparente trazó el otro;
por qué lo perceptible con los
sentidos del cuerpo
y lo perceptible
con los sentidos del corazón
no pueden encerrarse en bote
de cristal vacío.

Todo se resume a eso:
la condena al despojo.
El desarraigo forma
las vías de este ferrocarril
lleno de silencios sordos y visuales.
El silencio tiene el color del ruido.

Qué difícil la supervivencia,
qué difícil seguir aquí.

Alguien; lector, espectador,
ser para el que mi torrente es
indiferente;
ahuyéntame.

*